Prueba V-Rod Muscle II Parte

moriwoki

USER
blancoynegron.jpg
[/URL] Uploaded with ImageShack.us[/IMG]

LOS CABALLOS BASTARDOS DE HARLEY II

... Basta de contemplaciones, Tomás apagó la moto, es hora de volverla a encenderla. Giro la llave: zumbiditos electrónicos y cuando cesan, pulso el botón de encendido. El sonido me parece muy conseguido, a pesar, como siempre, de las restricciones. No es el de una custom, es otra cosa, quizás un toque Ducati con arreglos de rock industrial. Antes de arrancar, repaso los testigos e indicadores. Los relojes me resultan muy atractivos, pienso que van muy acorde con la línea y la filosofía de la moto. El cuentarrevoluciones es analógico. Me gusta.
Bueno, ya está bien de contemplaciones. ¡Vámonos de aquí!

Al ser tan larga, la V-Rod transmite la sensación de que vas muy bajito, pero en realidad la distancia del asiento al suelo es de unos 70 centímetros, Los pies los llevas de una manera pura custom, muy para delante, aunque no tanto, por ejemplo, como en una Fat Bob. Lo más curioso es que el manillar no está muy alto, apenas queda por encima de los relojes, y deja al cuerpo cerrando una uve con la que los más altos tendrán tendencia a airear sus riñones.
Me pongo en marcha y salgo con mucha tranquilidad, buscando acostumbrarme a la montura y sentirme a gusto. A bajas revoluciones el motor responde con dulzura: Ni un tirón, ni un mal gesto: y la caja de cambios se deja oír contundente y precisa, los hierros entran como certeros golpes de martillo a las órdenes de mi pie. Pululo por unas calles atascadas, intento esquivar los tapones y aparece ante mi un carril bus. Me cuelo en él con el ansia de la salvación, pero al momento escucho una sirena de ambulancia. Me aparto para dejar paso a las emergencias y me veo acorralado por las latas… En esta moto, con su longitud y una horquilla tan lanzada, intentar moverte por un tráfico denso e incluso estático, es como pretender que Metallica publique un disco de duetos junto a Alejandro Sanz, chocante pero absurdo. Se me ocurre que por el tipo de arquitectura y el motor que lleva sería más interesante hacer unos kilómetros de autovía, una de ésas con curvas rápidas, con cambios del terreno que te lleven arriba y abajo. Dicho y hecho, escapo de la urbe y me acoplo a una calzada de dos carriles. Me voy acostumbrando a la moto llevando ritmos desapercibidos. Es un placer. Realmente me encuentro muy a gusto por posición, motor, comodidad del asiento, tengo la sensación de que podría hacer con ella muchos kilómetros sin cansarme.

Como siempre ocurre con estas esculturas rodantes, eres el objetivo de muchas miradas, desde el padre de familia que conduce el monovolumen con la banda sonora de un caos infantil soslayado por la mirada de la esposa guardiana -un pobre hombre acorralado que al verte se moriría por cambiarse contigo-, hasta la chica subida en su burrita coreana, a la que considera tan sólo un mero trámite porque tiene muy claro que ella llevará una Harley, y no tardando. Y así hasta completar un amplio abanico de observadores.

Sin embargo, a lo que no estoy acostumbrado es a ser el foco de atención de alguna de esas tribus urbanas más pendientes de la música electrónica, escupida por los altavoces imposibles de sus coches convertidos en burdas imitaciones de El Mundial de Rallies, o de algún otro aparato estrambótico engendrado en el videojuego de turno. Total, que a un par de estos “pelocenicero” les llamó poderosamente la atención. No me molesta que circulen cerca de mí y que me miren, lo que me molesta es que se coloquen tan cerca que la imagen reflejada de su cacharro no quepa en mis retrovisores. Hay que guardar la distancia, coño, y mucho más con una moto. Cansados de contemplarme por detrás se pasan a mi izquierda, pero sin rebasarme, circulando en paralelo; van más pendientes de la moto que de lo que tienen por delante. No me gusta, acelero suave y progresivamente para evitar ir a la par. Instantes después el coche y su alerón trasero me pasan de forma contundente, aunque aún me da tiempo de ver algunas gesticulaciones del “copiloto” que había bajado la ventanilla. No sé lo que dice. No me importa.
Descubro con sorpresa que no me invade esa esperada sensación de alivio; y muy alejada de ella, se apodera de mí un gusanillo que no suelo experimentar.

Y sí, efectivamente: Se me va pasando por la cabeza la idea de que el coche de los pelocenicero puede servirme como referencia para la prueba; además, no creo que estén muy acostumbrados a que se les aproxime un tipo montado sobre una moto con las piernas por delante.

La autovía se pone preciosa, desniveles y curvas tendidas ante mí. Como mucho he subido el motor a 5000 rpm y, en este radio de acción, he notado una tremenda fortaleza pero también una asombrosa suavidad. Voy relajado en sexta, quito progresivamente dos hierros y un poquito de “doble embrague” para igualar el giro de la rueda con el del cigüeñal. Por cada bajada de marcha se me viene a la cabeza el comienzo de Du Hast, la canción de Rammstein: de sexta a quinta, un golpe de canción; de quinta a cuarta, el segundo y definitivo golpe de la música del Metal Industrial. Seguidamente el estruendo, la estampida, más allá de las 5500 rpm empiezan a aparecer todos y cada uno de los caballos bastardos de Harley, desbocados y con la boca ribeteada de espuma; todos esos caballos mal nacidos de los que reniegan algunos harlystas de pro. Reconozco que me sorprenden en un primer momento: ahora agradezco el resalte trasero del asiento y descubro que lo han colocado ahí, precisamente, para que el logotipo de Harley no quede estampado en tu rabadilla.

La autovía tiende hacia arriba y da gusto, el motor se muestra inagotable. Unas eses me sirven para comprobar que éste es su hábitat natural, no tiene un movimiento extraño, va exactamente por donde la voy guiando. En este medio las posibles torpezas desaparecen. El alerón trasero del coche maquinero, algo así como el banquito pintado de un parque, ya está ante mí, suavizo un poquito el ritmo, me coloco detrás…

Si no fuera porque no me atrevo a soltar la mano les hubiera saludado con ella. Aunque el coche circula ligero, aprecio con claridad que aún no va por encima de su límite. El chaval ve ante sí una recta nuevamente en subida. El diésel acelera y deja una nube negra, como la de un calamar alejándose de mí en su huida. Sonrío por dentro, sé que el destino me favorece porque ha elegido el peor escenario para intentar dejar atrás a una VROD. Por puro morbo dejo venirse abajo un poco el motor, retuerzo el puño, y de nuevo el festival; sin embargo vuelvo a cortar, parece demasiado fácil. Hago otra pequeña pausa y otra vez a darle al grifo; la aguja del cuentarrevoluciones deja atrás el siete. Esto es una maravilla, ni siquiera siento que estamos cuesta arriba. Este motor con 1250 cc tiene mucho par, desde luego, cómo no iba a tenerlo; pero si traspasas el umbral de una custom, si te aventuras más allá incluso del ritmo de una GT y lo llevas más arriba, lo que te vas a encontrar es auténtica mala leche. Podría dedicarme a probar las aceleraciones del V-Rod a tirones y aún así le ganaría terreno en una pendiente a muchos vehículos. Justo al final de la cuesta encuentro una curva prácticamente sin pendiente y muy abierta, es en ese punto donde alcanzo al coche y lo supero sin miramientos. La moto inclina, recorta la curva sin misericordia y con seguridad; la Muscle se destapa como una maravilla en este terreno. No sé qué cara habrán puesto los chavales, pero no es normal –más bien paranormal- encontrar una custom haciendo esos alardes más propios, sin duda, de super sport o directamente de erres.

Pienso en cambiar de terreno y tomo inmediatamente la siguiente salida para hacer un poco de carreteras secundarias.

Me deleito con la soledad de estos trazados rurales. Puro sibaritismo de la conducción. Y encuentro más patente que nunca ese contraste exclusivo de la V-Rod: Esta moto puede ir muy deprisa, ya lo he visto, pero lo virtuoso, lo mágico, es que también se puede disfrutar, y de qué forma, a ritmo de “cuentaárboles”.

Paso una zona tortuosa con alguna revuelta y noto que la moto no se siente tan cómoda en este trazado, las curvas cerradas no las digiere tan bien, pero sí me sirven para probar la eficacia de los frenos: Efectivamente, el doble disco delantero se muestra muy capaz de parar este pepino customizado, o esta custom apepinada, en cualquier circunstancia, incluso en apuradas impropias de una custom.

Algo llama mi atención en el reloj central: es el simbolito iluminado del surtidor. La pantalla parcial de los kilómetros cambia y me informa de la autonomía de la que dispongo: Cuarenta, dice. Un poco más adelante aparece una gasolinera a mi rescate. Reposto y ¡cómo no!, miradas a la moto, a la contundencia de su línea y a la parafernalia de levantar el asiento para descubrir el tapón del deposito. Compruebo los datos, 12,7 litros para unos 150 kilómetros. Más que el consumo, lo que me llama la atención es la exigua autonomía: 150 kms para que entre la reserva. Los que lean juzgarán.

En el camino de vuelta a casa, una duda trascendente me ronda la cabeza: ¿Cuál será la fiabilidad de esta Harley? ¿En qué estado encontraré este motor de tanto carácter y refrigerado por agua dentro de 10 años?
Son preguntas con una respuesta que, evidentemente, sólo el tiempo posee.
Pero esos pensamientos se disipan como el vaho bajo el calor dentro de mi cabeza. Realmente, ¿qué importa el futuro? Lo que me importa es la carretera, disfrutar de ella y también que se abra para disfrutar de los caballos bastardos de Harley.

Autor: José Ángel Lorenzo
Alumno de la Escuela de Conducción de Portalmotos
 
fantastico!

trankilo por la fiabilidad... llevo 65000km en dos años y medio y de problemas mecanicos los justos!

un saludo y te seguire leyendo!
 
fantastico!

trankilo por la fiabilidad... llevo 65000km en dos años y medio y de problemas mecanicos los justos!

un saludo y te seguire leyendo!
Muy interesante el dato que aportas, lo tendré en cuenta para próximos comentarios.
Respecto a la lectura, muchas gracias, pero el texto que has leído dividido en dos partes es de José Ángel. No sé si has leído el otro post en el que aparece "Otra opinión", eso sí que es mío.
Un saludo.
 
Atrás
Arriba