El Gran Willoby. II Parte

moriwoki

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Viene de http://www.foroharley.com/f12/gran-willoby-parte-poco-lectura-22891/



Un poco más al fondo se hicieron eco el anuncio:

-Han llegado los de Los Elefantes.

No entendía muy bien qué quería decir todo aquello y desde luego no iba a tomar esas palabras en su sentido literal.

Salí a la calle y vi al Gran Willoby de pie un momento después de apearse de su chopper. Bajo el casco recortado sobre la cabeza, llevaba la cara cubierta por un verdugo negro de algodón –la prenda que durante el invierno nos da ese aspecto tan siniestro- y además, cogido al cuello y sobre él, lucía un pañuelo estampado con formas en gris y blanco que le cubría la parte del rostro, como el bandido de un western. En la plaza trasera descansaba en vertical una mochila de lona atada a la barra del respaldo, y sobre ella, como un estandarte trashumante, un saco de dormir arrollado. La Ducati Vento que precedía a la suya ofrecía una imagen similar, de moto viajera, a pesar de su diseño deportivo sin concesiones, (lo cierto es que sólo ofrecía el aspecto, y no precisamente porque su motor mostrase ese carácter radical). Sobre el depósito, otra mochila de lona similar a la de Willoby, cogida con gomas y ganchos, y sobre ella otro saco de dormir. En la parte trasera, encima del diminuto colín y acurrucado dentro de su bolsa, iba amarrado el tercer saco. Todo tenía una apariencia apresurada, sin un mínimo estudio de colocación y utilizando para asirlo el provisional método de los pulpos. Daba la impresión de que aquella misma tarde habían improvisado una acampada cercana. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

-¿Adónde vais? –pregunté vagamente.

-A Elefantes –respondió Willoby con una sonrisa y con su misma vaguedad de siempre, sin añadirle un solo gramo de importancia.

¡A Salzburgo! ¡Arrancar para cruzar media Europa en medio de la noche invernal!

Tal vez el espíritu era lo único dispuesto en aquel trío tan dispar para enfrentarse a semejante reto.

Tomaron unas cervezas express, se dieron el correspondiente baño popular antes de la partida y comenzaron a equiparse ceremoniosamente antes de encaramarse a sus monturas. Willoby se colocó el sotocasco, se acopló el casco jet y, cuidadosamente, se anudó el pañuelo estampado al modo de un forajido. Puso el contacto de la Scramble y dio una patada, tan seca como contundente, que puso a girar el pistón. Aquel caldero dejó escapar un particular bramido a través de su escape con extremo cónico. Willoby bajó la chopper del caballete, acomodó el trasero sobre el asiento de piel vuelta y flecos y encendió la luz.

¡La luz! ¿Dónde estaba la luz?

¡El faro no tenía cristal. La parábola cromada quedaba a la interperie y tan sólo albergaba la diminuta bombilla de población. Nada más!

¿Nada más?

No pude eludir ese afán entrometido que me ha acarreado más de un problema a lo largo de mi vida. No sé cuántas veces me he reprendido por pretender encarnar el papel de la conciencia ajena. Como si los demás no la tuvieran.

-No funciona la luz de cruce, ¿qué le pasa?

Willoby mostró esa amplia sonrisa tan suya, con una luminosidad que contrastaba casi violentamente con la oscuridad de su tez.

-Se fundió el casquillo, se derritió el plástico después de la pedrada que rompió el cristal, y no me han traído uno nuevo a tiempo –ensanchó aun más su sonrisa-: ¡Qué le vamos a hacer!

Estaba claro cómo haría el viaje:
Alumbrado únicamente por aquella vela y por lo que adivinase un poco más adelante, bajo el haz de sus compañeros de viaje.

Arrancó la Ducati Vento que le predeciría. Su bramido se dejó oír más seco y más limpio a través de su megáfono, y en cuanto el tipo de la pareja desplazó un botón de la piña de mandos, una luz halógena, intensa como la esperanza, se esparció sobre las baldosas de la acera. Miré a Willoby un tanto aliviado y cuando captó mi pequeño desahogo, reventó su carismática sonrisa en una carcajada que se elevó por encima del sonido de los escapes. Con las sílabas entrecortadas y la boca tapada por los dos tejidos, atinó a decirme:

-Yo no llevo luz… Ja, ja, ja. Pero, ése, el que la lleva…
No pudo sujetar la risa.

-¡Va de "tripi"!

Cuando arrancaron, fueron despedidos como los grandes expedicionarios de principios del siglo XX que partían para alcanzar el Polo Sur o para adentrarse en las profundidades selváticas del corazón africano. Todos les despedían agitando sus manos. Todos, excepto yo, que permanecía contemplándoles inmóvil por la perplejidad.

Llegaron a Salzburgo, ya lo creo que llegaron; disfrutaron del ambiente y sufrieron la crudeza del frío glaciar que personaliza a Los Elefantes: la concentración invernal más multitudinaria de entonces. A la vuelta, sin embargo, la Ducati Vento rindió el alma, y su motor falleció en algún lugar de Francia. La pareja se quedó tirada, pero Willoby, con su triste luz de población y su caldero cociendo gasolina, regresó a Barcelona sobre su reliquia artesanal.


Nota del autor:

Alguno puede pensar que lo que acaba de leer representa la apología de una conducta de todo punto reprobable; es más: condenable. Palabra que no es así. Trato de describir a un personaje carismático que vivía contracorriente, pero que respetaba y puedo decir, sin temor a equivocarme, que incluso amaba a sus semejantes. Ir a Salzburgo amparado sólo por aquella triste luz o viajando bajo los efectos del LSD es condenable, desde luego, y no pretendo, en absoluto, engrandecer aquella forma de comportarse. Simplemente, he tratado de describir cómo eran otros tiempos de la moto -hace más de treinta años-: Este relato no es más que una muestra más de ello.

Tomás Pérez
 
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