oldbigchief
Well-Known Member
Hace mucho, mucho tiempo, en el reino de las hadas conocido como la Unión Soviética, nació la idea de inventar la motocicleta.
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Los helados vientos siberianos hacían aullar la ventisca en un ataque furioso a la figura del solitario mensajero, -que se parecía mucho a Omar Shariff-, que con indomable determinación desafiaba a los elementos hacia su marcado destino. Milla tras milla, seguía la difusa pista marcada por la punta de los postes telefónicos bajo sus huellas. La vasta e infinita tundra helada que se extendía ante él le recordó una sábana congelada con sus arrugas y todo. Con una vaharada de aliento, musitó para sí mismo: "(Alguien debería verter mermelada de fresa por todo ésto y venderlo como tarta de fresa, mm...").
La hora rondaría la medianoche cuando alcanzó su destino. Las campanas de una lejana iglesia con las torres en forma de cebolla tañeron su misteriosa llamada a través de los helados vientos. Con gesto agrio, golpeó su puño helado contra la puerta de madera desvencijada y sin pintar de una cabaña semiderruída al final de la aldea.
Gritando al tope de sus pulmones, clamó por alguien que respondiera a sus llamadas entre la tormenta. También, en el mismo tono, mencionó algunos finos puntos sobre la parentela del hombre que buscaba así como los términos y adjetivos de su nacimiento. Las palabras con las "R" del revés sonaban viles y siniestras.
Dentro de la barraca, moqueando de miedo, una figura mísera se arrastró por el suelo de tierra, haciéndose un bulto tembloroso y aterrorizado en el rincón más oscuro. Enroscándose en una vieja manta azul, Boris Chupitowski esperaba mientras sudaba de pánico. Su mente volaba sobre su memoria recreando todas las malas acciones de su pasado, remarcando un incidente con Marsha Koniopikantonova cuando tenía 14 años. Desesperado, buscaba una respuesta a la pavorosa visita. Sacando su huesudo morro de la manta, preguntó como pudo por la identidad de su visitante; (igual podría ser del KGB, la NKVD, SMERSH, UNESCO, CAMPSA, SGAE, o quizás un paquete perdido de SEUR?)...
Haciendo acopio de sus escasas fuerzas y corage, pudo al fin declamar hacia la puerta: "¡Entra, Camarada Quienquiera-que-seas, la puerta no tiene cerradura!"
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Con un pavoroso sonido chirriante, la puerta de la cabaña se abrió y Boris pudo ver los grises contornos de un hombre alto vistiendo una capa oscura y larga, y gorro de piel de oveja. Despacio, la imponente figura se acercó a la mísera figura que yacía en el rincón. Siniestras, brillantes botas negras hasta la rodilla cruzaron la estancia evitando cuidadosamente pisar los montoncitos de estiércol. Una malvada sonrisa aleteó sobre sus labios al fijarse en el pobre despojo frente a él. Boris tembló cuando el mensajero metió la mano bajo su capa y sacó un largo sobre lacrado. Con una palabrota despectiva, se lo arrojó al pobre Boris.
Éste, rápidamente, lo abrió y sacó el documento que venía en él. Sus ojos se desorbitaron al ver los decorados bordes del papel y los sellos jeroglíficos al pie del texto. Con la voz de un eunuco furioso, Boris habló a su atormentador: "¡Así que ésta es la apariencia de una sentencia de muerte, ¿no?!"
El hombre grande iba a reír, pero rápidamente contestó: "¡Niet, Camarada: Son òrdenes!".
-"¡Pe, pero ¿órdenes de quién, Camarada?"-.
-"¿Quién sabe? En la Unión de los Soviets, las órdenes sólo se reciben. Nunca se dan"-.
-"Eso es cierto, Camarada, sí", dijo Boris, sonriendo con su mellada boca. "Pero, ¿y qué dicen aquí?".
-"Te leo: <<Tú, Camarada Boris Chupitowski, quedas ordenado a inventar la motocicleta para el honor y la gloria del Estado>> y es de anteayer "-.
-"Pero la motocicleta fué inventada en el Oeste hace más cincuenta años, Camarada"-, replicó Boris con voz confundida.
-"¡Es hablar como lo has hecho ahora, lo que te ha traído aquí antes que nada, Camarada Capullo!"- gritó el mensajero de nuevo enfurecido.
-"Es un buen punto de vista, Camarada - mm.. ¿y cuándo empiezo?"-.
-"Debes empezar por la mañana, y como más tardar por la tarde si estuvieras muy ocupado
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Los helados vientos siberianos hacían aullar la ventisca en un ataque furioso a la figura del solitario mensajero, -que se parecía mucho a Omar Shariff-, que con indomable determinación desafiaba a los elementos hacia su marcado destino. Milla tras milla, seguía la difusa pista marcada por la punta de los postes telefónicos bajo sus huellas. La vasta e infinita tundra helada que se extendía ante él le recordó una sábana congelada con sus arrugas y todo. Con una vaharada de aliento, musitó para sí mismo: "(Alguien debería verter mermelada de fresa por todo ésto y venderlo como tarta de fresa, mm...").
La hora rondaría la medianoche cuando alcanzó su destino. Las campanas de una lejana iglesia con las torres en forma de cebolla tañeron su misteriosa llamada a través de los helados vientos. Con gesto agrio, golpeó su puño helado contra la puerta de madera desvencijada y sin pintar de una cabaña semiderruída al final de la aldea.
Gritando al tope de sus pulmones, clamó por alguien que respondiera a sus llamadas entre la tormenta. También, en el mismo tono, mencionó algunos finos puntos sobre la parentela del hombre que buscaba así como los términos y adjetivos de su nacimiento. Las palabras con las "R" del revés sonaban viles y siniestras.
Dentro de la barraca, moqueando de miedo, una figura mísera se arrastró por el suelo de tierra, haciéndose un bulto tembloroso y aterrorizado en el rincón más oscuro. Enroscándose en una vieja manta azul, Boris Chupitowski esperaba mientras sudaba de pánico. Su mente volaba sobre su memoria recreando todas las malas acciones de su pasado, remarcando un incidente con Marsha Koniopikantonova cuando tenía 14 años. Desesperado, buscaba una respuesta a la pavorosa visita. Sacando su huesudo morro de la manta, preguntó como pudo por la identidad de su visitante; (igual podría ser del KGB, la NKVD, SMERSH, UNESCO, CAMPSA, SGAE, o quizás un paquete perdido de SEUR?)...
Haciendo acopio de sus escasas fuerzas y corage, pudo al fin declamar hacia la puerta: "¡Entra, Camarada Quienquiera-que-seas, la puerta no tiene cerradura!"
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Con un pavoroso sonido chirriante, la puerta de la cabaña se abrió y Boris pudo ver los grises contornos de un hombre alto vistiendo una capa oscura y larga, y gorro de piel de oveja. Despacio, la imponente figura se acercó a la mísera figura que yacía en el rincón. Siniestras, brillantes botas negras hasta la rodilla cruzaron la estancia evitando cuidadosamente pisar los montoncitos de estiércol. Una malvada sonrisa aleteó sobre sus labios al fijarse en el pobre despojo frente a él. Boris tembló cuando el mensajero metió la mano bajo su capa y sacó un largo sobre lacrado. Con una palabrota despectiva, se lo arrojó al pobre Boris.
Éste, rápidamente, lo abrió y sacó el documento que venía en él. Sus ojos se desorbitaron al ver los decorados bordes del papel y los sellos jeroglíficos al pie del texto. Con la voz de un eunuco furioso, Boris habló a su atormentador: "¡Así que ésta es la apariencia de una sentencia de muerte, ¿no?!"
El hombre grande iba a reír, pero rápidamente contestó: "¡Niet, Camarada: Son òrdenes!".
-"¡Pe, pero ¿órdenes de quién, Camarada?"-.
-"¿Quién sabe? En la Unión de los Soviets, las órdenes sólo se reciben. Nunca se dan"-.
-"Eso es cierto, Camarada, sí", dijo Boris, sonriendo con su mellada boca. "Pero, ¿y qué dicen aquí?".
-"Te leo: <<Tú, Camarada Boris Chupitowski, quedas ordenado a inventar la motocicleta para el honor y la gloria del Estado>> y es de anteayer "-.
-"Pero la motocicleta fué inventada en el Oeste hace más cincuenta años, Camarada"-, replicó Boris con voz confundida.
-"¡Es hablar como lo has hecho ahora, lo que te ha traído aquí antes que nada, Camarada Capullo!"- gritó el mensajero de nuevo enfurecido.
-"Es un buen punto de vista, Camarada - mm.. ¿y cuándo empiezo?"-.
-"Debes empezar por la mañana, y como más tardar por la tarde si estuvieras muy ocupado