Una Vespa en la niebla. II Parte

moriwoki

USER
Viene de:

http://www.foroharley.com/f12/vespa-niebla-parte-25049/


Volví a encaramarme sobre el asiento de retrete y me deslicé montaña abajo, de vuelta a casa, con la idea de buscar un reconfortante placer retozando bajo el edredón y recordando esa íntima sensación de la Vespa atravesando la opacidad de la noche neblinosa.

A mitad de la bajada, el motor tosió, entrecortó la tracción y me agaché inmediatamente a girar la llave de la gasolina. Me dejé llevar tranquilamente por la gravedad del puerto, sabiendo que unos metros antes de alcanzar la autovía me acogería la amplitud de una luminosa y colorista estación de servicio.

Acabó la bajada y la niebla se desvaneció como lo hace la infantil ilusión de Los Reyes Magos con los primeros vientos de la pubertad. Después de tanta ceguera, el panorama se extendió a lo largo y ancho de una plana perspectiva, me dio la impresión por un momento de que iba a adivinar a lo lejos el confín norte de Cataluña.

Vi la señal de 1000 metros y me dejé llevar pensativo y satisfecho hasta la de 500. Luego divisé finalmente a lo lejos el nombre luminoso de la petrolera resplandeciendo con orgullo sobre una opulenta visera que, como una rampa de trampolín, se encaramaba al vacío iluminado de la estación.

Valvidriera.jpg


Pero antes de la gasolinera, justamente al borde y tapando los surtidores, una espesa tapia blanca se prolongaba casi hasta la cuneta; y sobre aquella impoluta pared se proyectaba la benemérita silueta de la pareja más española, odiada, venerada y esperada de los últimos tiempos, la de La Guardia Civil.

Me vieron pasar, sí, mientras levantaba el brazo para señalizar mi desvío hacia la gasolinera, y creo recordar, vagamente, que uno de ellos dejó caer sobre la Vespa una lánguida mirada, como la expresión compasiva que muestran las personas que se creen establecidas al cruzarse por la acera con un vagabundo de mente perturbada.

Me detuve junto al surtidor de 90 NO. y pedí al empleado que mezclara cinco litros con un tubo de Sopral. Al 2%. Terminé el repostaje, bajé el asiento…- o tapa del váter- y giré la llave de contacto. Aquella era una época particularmente complicada para las gasolineras, eran múltiples los atracos que sufrían a diario, y tanto los empleados que las atendían como la propia policía estaban especialmente susceptibles ante cualquier atisbo de sospecha.



Descargué una patada sobre la palanca, dos…, tres.

Los antiguos motores de Vespa de 160 entraban con alguna frecuencia en el mismo ciclo al arrancar en caliente: Tras varias patadas inútiles, media docena más o menos, descargaba con una seca explosión todo el combustible acumulado dentro del cilindro y a la siguiente patada, vôilà, el motor despertaba como de una ligera cabezada y dejaba oír su característico petardeo. La doscientos heredó, como un mal genético, aquel comportamiento ocasional de su predecesora, pero con una explosión mucho más inesperada y brutal.

Y allí, bajo la visera de aquella gasolinera, continué mi secuencia de patadas sobre la palanca de arranque. Cuatro, cinco… ¡Bum!

La detonación retumbó contra el techo y las paredes de la estación e hizo un vacío sonoro durante el que el lejano rumor de la autovía enmudeció como tapado por una montaña.

Incauto de mí, que me subí a la Vespa con rapidez, como si tuviera prisa, y alcancé llevando el motor con alegría, como era mi costumbre entonces, la señal de stop para incorporarme de nuevo a la Nacional. Di un repaso receloso a los retrovisores, pensando en la proximidad de la Benemérita, y escuché una pequeña explosión, un petardo. Otro. Dos petardos secos, separados escasamente por un segundo, que también resonaron bajo la visera.

Mis músculos se paralizaron y mi atención se clavó en ambos espejos, provocando el estrabismo de mis ojos. Entonces pude ver, recortada contra la claridad de la tapia que acotaba la estación de servicio, una silueta clásica del cine de acción.

Uno de los guardias civiles me apuntaba con su pistola reglamentaria, que sujetaba con ambas manos. Las piernas abiertas, las rodillas flexionadas, los brazos completamente estirados, la cabeza metida entre los hombros, la cara escondida tras el cañón del arma y bajo la gorra. Al mismo tiempo, pude ver el paso fugaz de su compañero desde el espejo izquierdo al derecho, corriendo en cuchillas también con su pistola en la mano. Describió un círculo tras mi espalda, tratando de cortarme la salida.

-¡¡¡No te muevas!!! –Vociferó el que me apuntaba.

A la parálisis general de todo mi cuerpo se unió un castañeteo de dientes y muelas que fue creciendo a medida que asimilaba lo que realmente estaba ocurriendo. Mi respiración se contrajo. Mi cuerpo se dobló sobre el manillar, agazapado. Y las piernas me rilaban.

-¡¡¡Como te muevas, te achicharro!!! –gritó de nuevo el guardia, desgañitándose.

Solté las manos del manillar y, aún no sé cómo, atiné a elevarlas para hacerlas bien visibles hasta donde me daban de sí los hombros. Gritar bajo el casco y el sotocasco era tan absurdo como inútil: no me oirían nunca porque, además, no podía girar la cabeza desafiando la amenaza de La Benemérita.



Segundos después -que fueron horas eternas para mí- vi de soslayo en el espejo izquierdo, cómo el empleado de la gasolinera aparecía corriendo y haciendo aspavientos en dirección al guardia que me apuntaba. Sus gritos, aunque lejanos y apagados por el almohadillado del casco, me sonaron a música providencial. El agente bajó el arma poco a poco, y su compañero del otro lado, que ya se hallaba también apuntándome, comenzó a imitarle, aunque con cautela. Finalmente, me hizo un gesto acompañado de una voz para indicarme que podía seguir, que olvidara el incidente, como si no le fuese a dar mayor importancia que la caída de una moneda al suelo y vuelta a recoger.

No, no se acercaron a pedirme disculpas; pero lo cierto es que un servidor no se hallaba entonces en condiciones de percatarse de un detalle tan nimio. Me mantuve sentado sobre la Vespa con los brazos caídos, durante largos segundos, hasta que observé cómo la pareja me ofrecía su espalda para volver junto al coche patrulla. Hasta que no desaparecieron tras la tapia blanca en la que permanecía aparcado, oculto a mis ojos, no engrané la primera, y aun mientras me alejaba con lentitud no dejaba de vigilar por los espejos temerosamente.



No volví a hacer experimentos nocturnos con las motos en mucho, mucho tiempo.
 
Joé, esque además de quedar segundo en carreras, dar buenos consejos, enseñarnos mucho y ser buena gente escribes bien....Propuesto para el próximo Cervantes!! Gracias Tomás!!
 
que bonito relato y reflejas exactamente el comportamiento de las 200...mi tio tenía una PK200 iris y le pasaba exactamente lo mismo....
 
Una aventura como la copa de un pino!!! Menudo susto, joder! Yo no hubiera atinado a poner la primera ni la moto en marcha ni en una hora después de eso...
 
Casi le das uso real al asiento retrete de la vespa. Si me hubiese ocurrido a mí, sí habría hecho un servicio :cachondon::partiendose_de_risa:partiendose_de_risa
 
Última edición:
Atrás
Arriba